Treinta.
Me abandoné hace mucho tiempo. Me convertí en mi propio problema, una carga demasiado pesada para sobrellevarla. Aquella noche conducía sola, sin otra compañía que las luces de los coches que se cruzaban en mi camino. Distraída y embelesada por no sé qué pensamientos, un carnet de conducir de apenas un año de antigüedad y un viejo automóvil que me había llevado hasta la felicidad plena. Yo sola, repito. Algo sucedió. Una idea extraña apareció de la nada. Desentenderme de mí misma. Ya no me hacía falta. No necesitaba nada más de mí, de esa extraña persona en la que me había convertido por aquellos entonces. Supe que había llegado el momento de prescindir y abandonar aquella parte de mí que no me interesaba. Dejarme tirada en una cuneta tal y como muchos seres insensibles hacen cada verano con sus mascotas. Igualito. La conocida sensación de haberlo logrado me invadió enseguida. Mis paranoias y yo volvíamos a ser las de antes. Nada nuevo, nada que me preocupase. Orgullo y satis