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Mostrando entradas de marzo, 2011

Treinta.

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Me abandoné hace mucho tiempo. Me convertí en mi propio problema, una carga demasiado pesada para sobrellevarla.  Aquella noche conducía sola, sin otra compañía que las luces de los coches que se cruzaban en mi camino. Distraída y embelesada por no sé qué pensamientos, un carnet de conducir de apenas un año de antigüedad y un viejo automóvil que me había llevado hasta la felicidad plena. Yo sola, repito. Algo sucedió. Una idea extraña apareció de la nada. Desentenderme de mí misma. Ya no me hacía falta. No necesitaba nada más de mí, de esa extraña persona en la que me había convertido por aquellos entonces. Supe que había llegado el momento de prescindir y abandonar aquella parte de mí que no me interesaba. Dejarme tirada en una cuneta tal y como muchos seres  insensibles hacen cada verano con sus mascotas. Igualito. La conocida sensación de haberlo logrado me invadió enseguida. Mis paranoias y yo volvíamos a ser las de antes. Nada nuevo, nada que me preocupase. Orgullo y satis

Revolución

He venido sin pensarlo demasiado. Tú ya me conoces y sabrás que, al igual que el resto de mortales, me muevo por impulsos. Los mismos que me llevan a lograr los más gloriosos triunfos, pero también, a cometer los fracasos más estrepitosos. Siempre hay que arriesgar y pienso seguir haciéndolo hasta el final de mis días. Nunca me he sentido inferior o estúpida cuando mis impulsos me han empujado a darme un doloroso batacazo con un gran muro de acero (quizá ese muro era la realidad), o peor aún, cuando me han aconsejado que apostase todo por nada. Para ser sincera del todo: Lo prefiero. Cuestión de principios. Prefiero haberlo intentado. Conocerme un poco mejor y saber que no soy cobarde y que lucho por lo que quiero, por aquello que siento en cada momento, aunque me tropiece con una derrota. Así es la vida. No siempre se gana. No siempre se pierde.