Resaca cómplice


Y una mañana cualquiera, desayunando por ejemplo, caes en la cuenta de que la cerveza de la tarde anterior parecía estar más fresquita que de costumbre; que la disfrutaste como ninguna otra. O que por la noche, las estrellas brillaban con algo más de intensidad. Seguro que presumiendo de transformar la tranquila orilla de la playa en el templo de la seguridad.


Así, una mañana cualquiera, en el último sorbo del café, o al último bocado de la tostada, te haces consciente de que la complicidad no necesita de grandes planes para convertir los momentos cotidianos en rutinas perfectas.

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