Esa mañana en la que la ilusión se convierte en el despertador de todos los niños. Esa mañana que se define a través de las risas, las ganas, los nervios, la incertidumbre de saber si los Reyes habrán acertado con sus regalos. Esa mañana que, perdón por lo que voy a decir, no me acaba de gustar. Y muchísimo menos este año. De esa mañana recuerdo recorrer el pasillo de casa y, tras bajar las escaleras velozmente, encontrar debajo del árbol todos aquellos deseos envueltos en un bonito papel de regalo. Recuerdo las galletas mordidas por los camellos, las tazas de leche vacías, el agua bebida. Me acuerdo de la cara de mi hermana, a la que le parecía tan mágico como a mí que un camello pudiese entrar en nuestra casa para comerse una galleta.Como también le sorprendía que los Reyes SIEMPRE acertasen y trajesen cosas que ni si quiera les habíamos pedido pero que sí queríamos. A pesar de que la mayoría de recuerdos que tengo de este día son muy buenos, debo aclarar que no me gusta p