Antídoto para un domingo cualquiera


La sensación viene a ser la misma que la que invade al solitario viajero anónimo que pasa a diario por la misma estación de tren en su regreso a casa. Las primeras dos veces observa, yo diría que con detenimiento, cada detalle de la imagen que se refleja a través del cristal y consigue sorprenderse por la originalidad de la estampa. 
La tercera y sucesivas, ni siquiera levanta la mirada del suplemento publicitario que tiene entre sus manos, y ya se sabe que todos odiamos los malditos anuncios -tan engañosos ellos-.
No queda alternativa: le resulta tan familiar esa estación ferroviaria, con sus idas y venidas de trenes puntuales, que ha dejado de interesarle lo que pasa en ella. 

Pues eso, es domingo.

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