Feliz viernes desde 2015

Hoy intenté escribir, no pude. El frío congela no sólo mis dedos en el teclado si no también mis pensamientos. Quizás no es sólo este invierno el que ha llegado paralizándolo todo. Probablemente es una señal que me está avisando de que ha llegado el momento de renovar algo más que el fondo de armario en estas rebajas de enero. Eso o que simplemente me está invitando a beberme el café de mañana con profundas ansias de oportunidad. 


Sea lo que sea, feliz viernes desde 2015. 

La edad de los viernes 

Esta tarde leía un post sobre cómo cambiamos el concepto ‘salir de fiesta’ según nuestra edad. La verdad es que no descubría nada novedoso sobre el tema pero sí hace reflexionar cómo cada uno de nosotros experimentamos ese cambio.

Y aquí estoy delante de esta pantalla en blanco analizando un viernes que no hace promesas de un fin de semana inolvidable. Y no las hace porque sabe que no podría cumplirlas. Ahora vivo sola y a la cabeza le gusta dar más vueltas de la cuenta, posiblemente será por ello laexcusa de esta entrada.  

Lejos quedó esa etapa universitaria en la que la que al llegar a casa después de clase siempre había alguien que tenía todo el fin de semana planificado y te lo contaba con dos chupitos sobre la mesa.

Hoy son las 20:27 y la ‘friday night’ se introduce en mi pequeño piso granadino mientras ‘whatsappeo’ con una amiga en inglés –por eso de alargar un poco más las clases de la academia– . No hay plan y no lo busco.

Miro a mi alrededor y lo primero que alcanzo ver me hace intuir cuál va a ser el plan para hoy: Cien años de soledad’, medio paquete de tabaco, una bolsa de Doritos y una Coca-Cola a medio gas, como yo. Y es que los casi 600 kilómetros recorridos en apenas cuatro días no dejan a una con demasiado buen cuerpo. No obstante, no han resultado ser suficientes para frenar las ganas de improvisar una escapada  fallida en pareja. Obviamente, por muchos vuelos de Ryanair que haya indagado en dos horas, lo único que ha podido viajar ha sido mi mente.

Me imagino hace unos años en este mismo viernes y estoy segura que tendría puesta una lista de ‘Spotify’ y un dilema por elegir modelito. Impensable no salir. 

Vuelvo al presente y no añoro eso, me conformo con mi plan de hoy. Me apetece. Quizás, yendo un poco más allá me apetecería invitar a amigos a casa, organizar una buena cena y descorchar varias botellas de vino con buena conversación y recuerdos de viejas anécdotas. Seguir de copas tranquilas lamentando nuestra situación pos-universitaria, lo difícil que nos lo ponen o de las ganas que tenemos de que nos den una oportunidad.

Me quedaría después con varias películas para ver, una mantita, un par de petas, dos tazas de café para compartir y amor, mucho amor, mientras que fuera la ‘Mae West’ quema la noche.


Y es que con la edad se comienzan a apreciar estos momentos. Aprendes a disfrutar de las personas que te importan, de los pequeños detalles, y para eso no se necesita esperar una larga cola de gente, comprar una entrada, aguantar empujones, escuchar música a grandes decibelios o pagar las copas a un precio desorbitado. Es mucho más simple que todo eso.

Mis viernes han envejecido y no me da pudor reconocerlo. Es algo normal: si yo cumplo años, ellos también. 

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