Perdemos el tiempo demasiado.

Desde los más inteligentes hasta los más torpes. Todos, tenemos ese jodido vicio, un vicio tan fuerte, que muchos estamos enganchados a él. Digo estamos, porque yo soy la primera.
Parece que la estabilidad de la situación acentúa aún más esta perdida. Es curioso como la rutina nos aburre y nos deja en un estado de “stand by” en el que no podemos aprovechar todo lo que deberíamos, es más, nos perdemos infinidad de cosas. Sin embargo, cuando algo es nuevo para nosotros, un buen ejemplo sería el de un viaje, ahí si que no queremos desperdiciar ni un solo segundo. Queremos verlo todo, hacer todo lo que se pueda hacer, salir todo lo que se pueda salir, comer todo lo que se pueda comer, y dormir lo mínimo posible para no desaprovechar el tiempo. ¡Cuánta ironía!
¿Somos conscientes a caso que la simplicidad conlleva muchas veces a la felicidad? No hace falta irse muy lejos para conseguir, como si fuesen trofeos, grandes momentos que recordar.
Debemos tener en cuenta que el tiempo no es algo que podamos recuperar, que un minuto perdido, perdido está.
Lo malo de todo esto es que nos damos cuenta luego, cuando echamos de menos, cuando añoramos el pasado, cuando queremos volver a una escena concreta de la película de nuestra vida. Pero no, no podemos. A diferencia de una película normal, a la que tan acostumbrado estás a parar, rebobinar, adelantar o quitar porque no te gusta, la nuestra sólo se filma una vez y va como a ella le da la gana, no existe ningún botón con el que la puedas controlar.
Volviendo a lo de antes, no es producente tener siempre en mente que el tiempo es finito. Demasiado agobio.
Pero sí que es verdad que de vez en cuando esa idea podíamos tenerla un poco más presente, sólo un poco.
Dicho sea de paso que perder el tiempo tampoco es tan malo, lo necesitamos cada cierto tiempo. Es nuestra vía de escape, nuestra pequeña salida hacia un área de descanso después de tantas horas de viaje por esta peculiar carretera.
Pero vuelvo a repetir: no nos pasemos con ello.

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