Romper espejos para reparar reflejos

Intentó evitarlo y no supo cómo. 

Durante años esquivó todo atisbo de un reflejo que repudiaba, pero sabía inequívocamente que no podría mantener alejadas aquellas turbias reminiscencias durante mucho tiempo más. Y así, sorteando oportunidades, llegó la situación: el momento en un día nublado que amenazaba tormenta. Llegó atronadora la ocasión como atronador había entrado septiembre. 


Era el momento de afrontarlo y se introdujo en una habitación llena de espejos. Ni un solo hueco en aquellas paredes quedaba al desnudo, cada milímetro de la estancia quedaba recubierta con un cristal que destellaba reflejos antagónicos. 

Verse allí le resultó insoportable, odiaba todo lo que proyectaba. Ni siquiera la parte derecha de su reflejo, esa que se supone positiva, compensaba el dolor profundo que desfiguraba todo lo que allí vio. Pero aún más insoportable fue intuirse encerrada cuando la puerta selló toda posibilidad de escapar.

Sufrió y se torturó a sí misma por sentirse juzgada. Lo aceptó y tapó con tejidos de esfuerzo todos los espejos que pudo, pero sabía que no suponía la solución definitiva.

Escuchó fuera la única voz que entrañaba, la única que podría transformar aquellas percepciones centelleantes en lecciones vitales. Y eso fue lo que ocurrió.

Sintió que aquella voz iba acercándose y que los espejos se resquebrajaban. Los añicos, como las hojas de aquel otoño que se aproximaba, iban cayendo al suelo mientras su seguridad aumentaba. 

Su esencia, la de aquella voz, le hizo profundizar en todo su pasado, presente y futuro y encontró el mapa de su laberinto. Se sintió menos perdida, menos dañada. Aquella voz le ayudó como siempre lo había hecho. Dejó de odiarse en los espejos. 

Y así, estableció un refugio en lo desconocido en el que aprendió que para reparar sus reflejos sólo tenía que romper todos aquellos espejos.


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