Deseos (In)confesables


Era jueves y yo acababa de llegar a casa en uno de esos días nada gratificantes. 


Medianoche.

Una ducha, un café y seguir dándole vueltas al enfoque de un artículo que se me había atravesado fue lo que hice.
Quizás me estaba exigiendo demasiado, quizás no. 
Aislada, quemada, frustrada me encontraba. Atrapada en una burbuja de 'no-inspiración' propia de toda persona que se provoca a sí misma. Fue entonces cuando vi sus dos llamadas perdidas.

Sonreí.

Sentí, repentinamente, la distancia golpeándome más fuerte que nunca. Fueron los días que habían pasado desde el último encuentro, las horas de viaje y los kilómetros entre las dos ciudades los que me habían dado una gran hostia en nombre de una distancia espacio-temporal difícil de soportar.

Y en un momento de liberación, o posiblemente de anhelo de sinceridad, me decidí a abrir el correo y le escribí un e-mail confesando que le necesitaba, que tenía ganas de él. De hacerlo con él o que me lo hiciese. Lo mismo me daba.

Tenía ganas de verle, sentirle, besarle. Sudarle.

Me apetecía, después de tanto tiempo, volver a ser suya, parte de él.
Y no sólo tenía ganas, me excitaba imaginarlo. 

Me apetecía verle, me jodía no poder tocarle.

Y ahora que nuevamente teníamos una fecha para el reencuentro, esperaba aún más impaciente el momento. Contaba días, horas y minutos que faltaban para esa semana en la que tendríamos todo el tiempo del mundo para mucho amor, mucho sexo y mucho de eso que en aquel momento tanta falta me hacía, llevándome a desearle a niveles inconcebibles y seguro que nada sanos.



Y esta vez sin distancia.

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