Para empezar mal el mes.

Todavía nos duraba el café, lo teníamos en nuestras manos y lo bebíamos despacito. Con miedo.
Recuerdo que aquel día lo pedimos "to take away" y nos sentamos en un portal observando a todas las personas que por allí pasaban. La conversación se sentía fría y cortante, como la leche de tu café. El verano empezaba a extinguirse con aquella puesta de sol y el maldito mes de septiembre se nos colaba por todos los vértices de nuestro cuerpo. A pesar de todo, los dos seguíamos esforzándonos en creer que no pasaba nada, que nada cambiaba, que nada debía cambiar. Yo te confesé que odio las tardes de septiembre. Las odio con todas mis fuerzas y las odio con rabia. Y no es un sentimiento caprichoso, son tardes de transición, de melancolía, de distancia, nostalgia y tardes de echar mucho de menos.

No odio la rutina, no odio el invierno, pero sí las tardes de septiembre.


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