Se necesita mago para esta noche.

Un mago, de los que hacen magia de verdad, que venga y me haga aparecer debajo de tu edredón, ese que nunca llegué a conocer bien.
Y mira que no pido que este mago desafíe el transcurso del tiempo, no quiero volver al pasado, sólo necesito un presente.
No se me ocurre mejor forma de pasar la página de este día que contando todos aquellos lunares que tanto me gustan de tu espalda. Aunque sean demasiados, nunca me cansaría. Que el olor a miel y almendras que dejas en el pasillo después de ducharte me resulta tan necesario respirarlo como el oxígeno. Que tus manos pequeñas, y tus uñas mordidas por los años sólo pueden ser para mi y debo reconocer que a veces enloquezco cuando pienso que eso ya no es así.
Porque me gusta verte dormido, respirando fuerte y acurrucado como si fueses un niño pequeño. También, por si no lo sabías, me encanta que seas el último en despertarse, porque así es como consigues que pueda pronunciar tu nombre de la forma más dulce, más pausada y más tranquila posible.
Tu nombre lo dice todo y no dice nada, es ambiguo al igual que tú.
Porque me pierdo en tus ojos, y eso que nunca me gustó el azul chicle. Tampoco el rosa. Y tu voz, tan desconocida durante años, ahora, tan conocida  y memorizada en todos sus formatos... Una  voz peculiar que quizá no sea bonita, pero es tuya. Y me acostumbré tan rápido a ella que soy capaz de reconocerla antes de que tú hayas pronunciado la primera letra de una segunda palabra que ya no vendrá con el tiempo.
Porque sólo tú. Porque lo entiendes.
Porque tú eres el mago.
Porque es mejor esquivarse, disimular o escapar antes que encontrarse frente a frente. Hoy no hay nada que decir. Sólo nos quedan las palabras sordas y los oídos ansiosos de escuchar.
Porque ya ni en eso coincidimos. Siempre fuimos tan diferentes... o tan iguales.


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