Escenas de cine mudo.
En el Cais do Sodré, en Lisboa, hay un viejo café en el que el tiempo no sólo se ha detenido, sino que corre al revés.
Me gusta sentarme a media tarde en una de sus mesas y, mientras tomo un café, contemplar a través de la ventana el movimiento de los tranvías. Pero lo que más me gusta del British Bar, lo que me fascina de él, es un viejo reloj de pared que preside la barra y en el que, milagrosamente, las agujas y el tiempo corren al revés.
Nadie ha sabido explicarme el porqué.
Quizá fue un simple capricho de su autor o quizá una muestra más del espíritu de contradicción de los bares ingleses.
Me gusta sentarme a media tarde en una de sus mesas y, mientras tomo un café, contemplar a través de la ventana el movimiento de los tranvías. Pero lo que más me gusta del British Bar, lo que me fascina de él, es un viejo reloj de pared que preside la barra y en el que, milagrosamente, las agujas y el tiempo corren al revés.
Nadie ha sabido explicarme el porqué.
Quizá fue un simple capricho de su autor o quizá una muestra más del espíritu de contradicción de los bares ingleses.
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